quarta-feira, 8 de janeiro de 2014

REPLAY

Museu Nacional
do Conjunto Cultural da República


Exposição individual
28 de Novembro de 2013 a 5 de Janeiro de 2014
curadoria: Caroline Menezes
Brasília - Brasil
















O jogar de novo


Rui Macedo desperta o visível com uma operação simples, na qual o artista não desvirtua a representação mas sim desloca o nosso olhar. Na exposição pensada especialmente (e espacialmente) para o Museu Nacional do Conjunto Cultural da República, Replay, o artista português brinca, de uma maneira nova, com os princípios já há muito tempo estabelecidos de um conhecido evento: A visita a um espaço sistematicamente designado para a contemplação de obras de arte. Do grego antigo, quando o termo museu designava o lugar dedicado as Musas, aos jardins da Renascença florentina onde a palavra nomeava o lugar em que mestres como Da Vinci e Michelangelo iam buscar trabalho e recreação, o museu configura-se como um ambiente lúdico de troca. Nele, a percepção é facilitada e, como em um jogo, o visitante do museu age na recombinação de significados das obras de arte expostas.
Apenas se apreende a lógica do jogo jogando e sua repetição traz o aprimoramento de sua prática. A repetição traz o refinamento, permitindo ao jogador prever lances, posicionar-se de acordo com o contexto e aguardar a finalização. Se em um jogo as regras são estabelecidas a priori e a cada partida um ciclo começa e termina, a experiência artística dentro do museu possui um desenvolvimento similar, em que etapas e posturas são definidas. Rui Macedo desestabiliza essas convenções com a apresentação de suas pinturas.  Como nos lembra Merleau-Ponty, enquanto pinta o pintor pratica uma teoria mágica da visão. O filósofo francês ainda afirma que a visão é o encontro de todos os aspectos do Ser. O pintor então ajusta o que lhe é visível à sua a vontade, apresentando essas percepções de novo, reapresentando-as em imagem. Ora, a artimanha que vemos na instalação pictórica de Rui Macedo é o esconderijo da representação através da evidência de uma, digamos, transparência pictórica, característica particular do artista. Ele escolhe justamente por iluminar aquilo que não é projeção do olhar. Ou seja, o que não é representação artística mas sim um aspecto inerente do ser da pintura. O que contorna e o que define um quadro em uma mostra, sua moldura. Com uma manobra sagaz, Rui incorpora o inesperado ao jogo. Para o observador, desencadeiam-se possibilidades infinitas. Jogar se torna preencher os espaços inseridos entre as regras.
Como convite para experimentar esse novo jogo, o artista toma posse das palavras de Parmênides, que tornou-se célebre por trazer no coração de sua poesia uma dicotomia entre a verdade e doxa. A verdade teria um princípio imutável e estaria relacionada a questões ontológicas do ser. Para o filósofo grego haveria unidade entre ser, pensar e dizer. O que em contrapartida expulsa do campo da verdade as impressões mutáveis e sensíveis da realidade. O mundo sensível seria uma ilusão, regida pela a opinião dos mortais, da doxa.  O fragmento escolhido por Rui Macedo, é do poema “Sobre a Natureza” em que o poeta pensador descreve o que teria escutado das Musas, estas mesmas cujo museu é a morada. São as deusas que direcionam o poeta a via da verdade. Nas estrofes que perpassam e emolduram a exposição Replay, de Rui Macedo, as Musas convocam os visitantes a entrar em seu lar e repetem o caminho de volta para casa. 

Texto curatorial de Caroline Menezes
















PLAYTIME

Capilla de La Trinidad
 Museo Barjola

Exposição individual
18 de Novembro de 2013 a 9 de Fevereiro de 2014
Curadoria: Lydia Santamarina Pedregal
Gijón - Espanha











«Los últimos trabajos de Rui Macedo revelan una sugerente reflexión acerca del espacio expositivo en relación con las obras. Las salas de exposiciones y, en algún caso, de museos, se han convertido para él en un objeto de especulación estética. No se trata de transgredir los modelos de representación implícitos en todo discurso expositivo sino de algo mucho más interesante, de buscar los límites y las fisuras que presenta la aparente neutralidad del espacio de exposición.
Lo que Rui Macedo va revelando en sus exposiciones son diferentes aspectos de su particular concepción del arte. En el fondo, se trata de conformar un universo, por minúsculo que sea, ordenado según las normas que él mismo establece, como un microcosmos. La posible condición de reflejo de una idea más amplia es lo que el artista ha abordado con valentía en alguna exposición, como la que tituló La totalidad imposible, presentada en el Instituto Valenciano de Arte Moderno. Demasiado sabemos que aquella expresión es cabalmente cierta; el último empeño de integración fue el de los ilustrados del final del siglo XVIII,  capaces de reunir en un solo prisma los conocimientos de los diferentes aspectos del mundo.
La fragmentación que esa aspiración ha sufrido a partir de entonces, de modo progresivo, de Goethe hasta hoy, es una de las claves de la cultura contemporánea. En ese panorama algunos artistas,  sin embargo, plantean el núcleo mismo de su actividad en la cavilación acerca del objeto artístico. Esto es resultado de la reflexión acerca de sí  misma propia de la cultura moderna que, de modo más notorio y revelador, se ha dado precisamente en el arte. Otros ponen el énfasis en el modo de presentarse el objeto artístico, obra de creadores anteriores, con el que establecen una relación concreta. Por una parte esta atención a la manera de exponerse ha acabado por tener mayor importancia aparente que el propio objeto artístico. Por otra, es también consecuencia de la aparición de las poéticas de la expansión del arte fuera de su ámbito. A menudo, como en este caso, el artista las orienta hacia una referencia histórica, con la voluntad de construir significados nuevos. Así, la intervención se realiza no sólo en salas de exposiciones temporales, sino en el interior mismo de los museos, donde se altera el orden o la presentación de las obras, o se introducen, en muchos casos, las propias obras de los artistas que las relacionan con esas otras creaciones anteriores. Es curioso que, al menos en el primero de estos casos, se vuelva, pero de muy otro modo, a aquella práctica que, en los orígenes de la institución museística   reservó la instalación de las colecciones a los artistas.
La tarea de Rui Macedo es, en cambio, mucho más analítica, pero a partir de su análisis realiza un desplazamiento poético. Desde el aspecto más puramente físico del cuadro, el artista estudia los ilusionismos que provoca la representación pictórica, las contradicciones derivadas de su adecuación material a las dos dimensiones y la ficción representativa de la profundidad. Estudia también el marco, cuyo trampantojo le sirve para poner de manifiesto la contradicción entre el objeto y la representación. Sirve además como límite convencional de lo representado, que el artista podía transgredir desparramando fuera de él los objetos representados, como hizo en su serie Contemplar. El marco como límite, de 2008. El marco, junto con la ventana, quebrados ambos en su función ilusionista, parecen una vuelta de tuerca a la conocida serie de Magritte.
 (...) 
Aborda ahora un espacio muy diferente, el de la antigua capilla barroca del palacio de Jove Huergo de Gijón. En este edificio, buen ejemplo del barroco del siglo XVII, aún clasicista, abierto al culto todavía hace tres décadas, se transformó después en 1989 en sede singular de exposiciones temporales del Museo Barjola de Gijón y ha albergado desde entonces una gran diversidad de instalaciones.  Esta que, bajo el título Playtime, ha preparado Rui Macedo, es una de las que con mayor lucidez ha considerado el conjunto.
El artista ha partido de la idea, acuñada por el historiador  Johan Huizinga, del juego como expresión misma de una cultura rica y libre. Como en otras ocasiones, el espacio inicialmente sagrado se ha convertido en un espacio de juego, pero este no ha perdido en absoluto la antigua dimensión espiritual, ahora transformada. Rui Macedo ha hecho radicar en esta metamorfosis el origen mismo de su instalación. Esta se inicia con un Bodegón de una granada. Entre todos los géneros pictóricos el bodegón es sin duda el que manifiesta con mayor claridad el carácter más ilusorio de la realidad y el que mejor finge su apariencia, expresando además la transitoriedad de lo visible. La representación del marco y su passe-par-tout en trampantojo resaltan aún más ese carácter de juego entre ficción y realidad. En él la granada, atributo de Perséfone, simboliza la regeneración, vale decir, la posibilidad de una nueva ficción a través del arte, pero también de la continuidad de la creación. Además, es el símbolo del inframundo, en el que reina Hades, esposo de Perséfone, y de la sucesión de las estaciones. El artista ha relacionado esta obra con el árbol integrado en el propio espacio del palacio de la Trinidad capilla cuyas hojas comenzaron a caer en los días en que preparaba la exposición.
  De ahí el artista pasa a mostrar una escala de madera junto a un una pintura que representa unas alas desplegadas. De lo subterráneo hasta lo aéreo, esta sucesión hace pensar en la aspiración espiritual propia del arte. Las alas son atributos también de los mensajeros, o mediadores entre los dioses y los hombres, como los propios artistas. En ambos sentidos las alas se relacionan con los ángeles. De hecho el artista titula esta obra After How to meet an angel, en referencia a un proyecto en el que ya en 2000 trabajaban los artistas ucranianos Ilya y Emilia Kabakov, y que dio lugar en 2009 a una importante instalación, recordada por Rui Macedo. Los Kabakov la utilizaron en relación con hospitales, como alusión a los procesos de curación, en los que la buena disposición de ánimo - el mirar hacia el cielo- es esencial. La escala alude también a la acción de trepar y, en este sentido, es una metáfora de la lucha por el triunfo. Más específicamente, es una alusión a la lucha  de los propios artistas por una alta consideración, o por llegar a algún lugar con su obra. Pero por otra parte la escala se hunde en la propia tierra, como en el conocido cuadro de Joan Miró Perro ladrando a la luna, para llegar al cielo. Esta vinculación con la tierra se lleva al propio terreno local, pues Macedo construyó su escala con troncos de árboles de los alrededores de Gijón. Y la escala se apoya en el muro septentrional de la capilla, por el que ascienden los peldaños, hacia un lugar de sublimación espiritual.
Finalmente, el artista culmina su transformación del espacio con la intervención en el testero de la capilla titulada, justamente, Playtime. Con cincuenta y dos cuadros pintados en el muro o colgados sobre él, cada uno con su marco y su passe-par-tout fingido, recubre toda la superficie disponible. Enmarcado por los dos edículos tallados en piedra con acusados salientes en los muros norte y sur del presbiterio, el lugar en el que se disponía el altar aparece como una superficie multicolor repleta de sugestiones, donde Macedo incorpora diferentes géneros de la pintura, desde la vanitas al interior y el paisaje. El espacio central inferior aparece pintado fingiendo una ampliación hacia el fondo al que tres bandas de prohibición del paso impedirían virtualmente el acceso. Esa habitación fingida, cuyas ventanas abiertas dan a su vez a un espacio exterior sin precisar, es visible desde la calle, en el eje mismo de la magnífica portada de la capilla. De este modo, desde afuera se percibe una sucesión de espacios que culmina en el último, totalmente ficticio.  Aquí el juego óptico de las perspectivas aparece como principal motivo, pero también la idea de intangibilidad del interior, al que finalmente no es posible acceder. Sin embargo, es justamente ese último espacio, en el corazón mismo de la antigua capilla, el lugar inmaterial que la pintura provee en el que ocurre la más profunda transformación, con un sentido inmaterial, del ámbito arquitectónico. Es el tiempo del juego sensorial e intelectual, después de aquel otro tiempo mucho más prolongado, cargado de resonancias religiosas, que vivió esta capilla de la Trinidad durante trescientos años, cuyo eco se percibe, transformado con sensibilidad e inteligencia, en esta intervención de Rui Macedo.» 

Excerto do texto de catálogo Tiempo para el Juego de Javier Barón














MNEMOSYNE

Palácio do Catete & Galeria do Lago 
 Museu da República

Exposição individual
28 de Setembro a 8 de Dezembro de 2013
curadoria: Isabel Portella
Rio de Janeiro - Brasil


Palácio do Catete




























Mnemosyne

Deusa que personifica a memória, Mnemosyne era amada por Júpiter e mãe das nove Musas que protegiam as artes, as ciências e as letras. Na mitologia grega ela é o poder do Espírito, a Memória que garante a vitória do espírito sobre a matéria instantânea e funda toda a inteligência. É representada por uma mulher de idade quase madura, que segura o queixo em atitude de meditação. É nos Museus que a Memória encontra um espaço de acolhimento, lugares esses criados com o intuito de preservar e exaltar tudo aquilo que importa para determinado grupo social. Concebido para reunir e abrigar a memória de importante fase da História brasileira, o Museu da República também contempla a vida de António Clemente Pinto, português de origem humilde, que chegou ao Brasil em 1807, aos doze anos. Estabeleceu-se por conta própria e iniciou as atividades que o tornariam um dos mais ricos cafeicultores do Segundo Reinado. O caminho que o levou a constituir uma das maiores fortunas do Império não foi longo: em menos de vinte anos, já estava estabelecido na região serrana fluminense. Iniciou então o projeto de construção de sua residência na capital, a cidade do Rio de Janeiro, que viria a ser um dos mais exuberantes edifícios imperiais do Brasil. A história do Palácio começou a ser traçada mais exatamente em maio de 1858, quando foram fincadas as primeiras pedras que serviriam de alicerce à construção do edifício – o Palácio Nova Friburgo. Lembrando todo o percurso desta casa, ícone do luxo e do refinamento de uma época, encontra-se o artista Rui Macedo, também de origem portuguesa, que em pleno século XXI volta seu olhar atento às origens históricas deste espaço. O desafio imposto ao artista contemporâneo o leva a intervir, de forma sutil e cuidadosa, inserindo-se no ambiente da segunda metade do século XIX. Pintados em trompe-l’oeil, Rui coloca dois tapetes em ponto de Arraiolos em duas salas diferentes, tradicionais da cultura portuguesa que agora se encontram entre os objetos e os móveis do tempo do Barão. Ao colocar as telas diretamente no chão, por baixo de mesas e cadeiras, o artista promove uma outra decoração nos diversos ambientes do Palácio. Deixa sua marca que é, ao mesmo tempo, uma lembrança delicada da arte portuguesa contemporânea. Quem andar pelas diversas salas do Museu encontrará livros deixados a esmo sobre cadeiras e mesas, como se quem os estivesse lendo ali os tivesse pousado por momentos. Rui pintou as capas desses livros que fazem referência a diversos temas pertinentes à história, à república, ensaios filosóficos e romances históricos. Nada mais emblemático do que a literatura para marcar uma época, um pensamento. Com as páginas coladas, os livros não podem ser folheados. Seu conteúdo ficou para sempre selado, não podem ser lidos por mais ninguém. Pertencem, assim, ao passado nessa intervenção contemporânea. Tapetes em lugares estratégicos, livros deixados displicentemente em alguns aposentos, cadeiras um pouco desalinhadas são certamente sinais de vida e uso que modificam o olhar. Montados de acordo com a museologia, esses espaços guardam a rigidez e a imobilidade que procuram resguardar um acervo. Ao fazer essas inserções, percebidas pelos visitantes mais atentos, o artista proporciona um novo frescor que invade o Palácio e traz de volta a época em que era apenas a moradia do Barão de Nova Friburgo. Saindo do Palácio, Rui Macedo insere seu trabalho na Galeria do Lago, agora ocupando sua totalidade. Para criar uma atmosfera de galeria de presidentes, o artista dispõe 225 pinturas de retrato. À altura dos olhos, o artista coloca lado a lado, ao longo de todo espaço, os presidentes da República – de Deodoro da Fonseca a Dilma Rousseff. Em torno desses presidentes, Rui organiza outras figuras relacionadas ao período, à cultura, cientistas, arquitetos e, com um toque peculiar, seleciona desenhos animados de cada época. Pequenos núcleos, ou melhor, zeitgeist (o espírito de uma época) ocupam a Galeria do Lago. Fora do limite das paredes, Rui Macedo reconta a história. A Memória o ajuda, o impulsiona como a deusa grega que protege as artes. Mas ao recriar, ele inaugura uma arte coerente com a pesquisa, uma relação próxima que faz o visitante ir ao passado e ao mesmo tempo se sentir num momento especial. Se o espaço contextualiza seu trabalho, a inspiração fala mais alto e predomina nas diversas interferências. Se o pincel e tintas o levam para uma zona de ficção, um trompe-l’oeil, a história não o deixa fugir impune. O Palácio do Museu da República, criado pelo desejo e imaginação de um português, emocionou e atraiu, quase dois séculos depois, um outro português. O olhar contemporâneo de Rui Macedo viu além de paredes e telhados, procurou nos fragmentos a estrutura; nos detalhes, o essencial; no imóvel, o movimento audacioso. É o contínuo fazer e desfazer das coisas se construindo a cada momento. É Mnemosyne meditando.

Texto curatorial de Isabel Portella


Galeria do Lago